Cada mañana antes de subir al tren, dos amables jóvenes vestidos de rojo me llenan los brazos de periódicos en una especie de placaje informativo. Cargada con ellos, el bolso y veces, la chaqueta colgada del brazo, hago equilibrios para que las noticias no se vayan volando de mis manos como las gaviotas. No siempre lo consigo, pero en ocasiones logro salir vencedora de esta pequeña carrera matutina y termino sentada en el asiento de mi vagón desayunando hechos.
Hoy, he descubierto que no soy la única a la que le gusta leer artículos en el tren. Begoña Gómez publicó hace unos días en la contraportada de un ADN olvidado que he rescatado del suelo, un artículo curioso, sobre un tipo curioso que se encontraba en mi misma situación.
Mark Armstrong, periodista Británico, se moría de tedio durante sus desplazamientos diarios en el metro de Londres, así que comenzó a bajarse des de su I-Phone – es un hombre muy sofisticado- artículos largos para leer y así pasar mejor el rato. Y acabo creando una comunidad en Internet llamada Longreads , dónde los usuarios pueden compartir artículos largos de cualquier tipo y que se ha convertido en lo último de lo último en su país. Así pues, con esto me ha quedado una cosa muy clara, el transporte público incentiva la lectura. Bueno, mejor dicho, es el aburrimiento el que lo hace.